Eduardo López de Romaña, nacido el 19 de marzo de 1847 en Arequipa, fue un ingeniero y político peruano que ocupó la presidencia del Perú entre 1899 y 1903. Aunque su mandato fue relativamente corto, es ampliamente reconocido por promover la modernización agrícola e industrial y por su enfoque tecnocrático y apolítico en la administración pública.
Proveniente de una familia aristocrática de origen español, López de Romaña estudió en Inglaterra, donde se especializó en ingeniería. Tras completar sus estudios, regresó al Perú para administrar las propiedades de su familia e involucrarse en la industria agrícola. Su formación técnica y su experiencia en el sector agrícola influyeron en gran medida en su presidencia, durante la cual implementó reformas orientadas a modernizar las infraestructuras y fomentar la inversión extranjera en la agricultura y la industria.
López de Romaña asumió la presidencia en un momento en que el Perú intentaba recuperarse de los efectos de la Guerra del Pacífico y la crisis económica subsiguiente. Como presidente, se centró en promover la modernización del país a través del desarrollo de infraestructuras, especialmente los ferrocarriles y las telecomunicaciones, y en mejorar la gestión de los recursos hídricos, vitales para la agricultura peruana.
Bajo su administración, se promulgaron leyes para facilitar la inversión extranjera, lo que atrajo capitales a sectores clave como la minería, la agricultura y la manufactura. López de Romaña creía firmemente que la modernización económica debía pasar por una mayor industrialización y una mejora en las técnicas agrícolas.
En el ámbito político, López de Romaña adoptó un enfoque apolítico, evitando los conflictos partidistas que dominaban la política peruana en ese momento. No estaba afiliado a ningún partido político, lo que le permitió gobernar como tecnócrata, aunque a menudo fue criticado por favorecer a las élites económicas y rurales.
A pesar de su éxito en la modernización de la economía y las infraestructuras, López de Romaña no pudo resolver las profundas desigualdades sociales y las tensiones políticas que persistían en el Perú. Su mandato terminó en 1903, y se retiró de la vida pública poco después.
El legado de López de Romaña es visto a menudo de manera contrastada. Por un lado, se le elogia por sus esfuerzos en favor de la modernización y la industrialización del país, así como por su enfoque racional del gobierno. Por otro lado, se le critica por no haber abordado los problemas sociales y políticos del país, especialmente las tensiones entre las élites y las clases populares.