I
Las viejas todavía comentan los
adagios y los pequeños prestan oídos
tras el fuego. Aún se complacen
llenando de reliquias la paciencia
y poco entienden de parábolas. Ebrios
de sudores hacen groseros sus deseos
y son pocos los provechos. En los mataderos
danzan las preñadas apurando el fin de la
jornada. Nada espanta la pestilencia
y nadie echa de menos las aleaciones ni los
granos. Al último saurio le toca recontar
los sílex, las horas y sus muertos.
II
Por desconfíar de las tormentas basten
los cascos protectores que renazcan creencias
y atavíos. No es proeza renunciar a las
hordas que asisten ni gran cosa lo que resta.
Como necesaria venganza que corre en las
cavernas, prodigando cultos, abasteciendo de los
más hirsutos pelajes sus rapadas palmas, así
el fingimiento de los tiempos y nada podrá
la más antigua virtud contra los festejos
o la usura. Acomodada para durar, bien dispuesta,
la espléndida luz de las matanzas y el día
es fuego, abluciones, que aún lloran los fecundos.