Poesía encontrada

Carlos Germán Belli

Bienes y males

Eso que de repente allá se asoma
como pan llevar para el fiero hambre,
y acercándose ahora ricamente
por la senda invisible de la suerte,
entre anuncios del viento tal si fuera
la cosa sin par del sublunar orbe,
que ese bien codiciado
no sea causa, no,
de intempestivos males
en el curso mortal e inalterable
del grato al triste tiempo con porfía,
y de nuevo no deje
en escombros la refacción divina,
acarreando a otro feliz punto
los vitales espíritus,
y como eriazo campo todo yazga.

Pues necesario el prevenido seso,
ante la vida suave que veloz
en ruda cambia sin razón alguna,
porque luego de hartarse de las mieles,
qué de bultos ferrosos sobre el alma,
en todo sitio y cada rato atroces,
como la reiterada
victoria de los males
contra los dulces bienes,
que son corderos bajo la mirada
de aquel halcón feroz de cetrería,
y el contento al tinal
desocupando el ánimo encubierto
no bajo el vellón de quietud tupido,
mas por el puerco espín
cebado por los daños y ceñudo.

Así en el orbe tras el día viene
la sombra impenetrable de la noche,
ocultando las luces naturales
cuán deshauciadamente por ensalmo,
como un tenue relumbre sojuzgado
en la boca de lobo de los antros,
tal hecho semejante,
tras el voraz deleite,
aunque muy breve fuera,
cuando el dolor retorna puntualmente,
descomedido ayer y hoy y mañana
(como si ofensa cruel
por siempre sea el bien no merecido),
que desata las ondas dondequiera
del éter, suelo y mar,
hasta hacer insumiso el sumo goce.

El imperio del bien y de la pena
tiranamente gobernando a diario,
con rígida alternancia paso a paso,
a la par en los puntos cardinales,
y de cada cual ser en las entrañas,
como dos hemisferios ras con ras,
ya el triunfo de sentirse
por un corto momento
de pronto perdurable,
ya luego desplomarse en las honduras
de los males pasados y presentes,
que en el alba o crepúsculo,
tras el severo curso de los astros,
la alegre ida y la triste vuelta acá,
en el remoto valle,
en donde no se vive ni se muere.

Si un vestigio no más de fortuna
allí quedara en medio de los duelos,
ajeno a lo que ocurre en su redor
como deshonor de los mil rigores,
que bastara por cierto todo aquello,
al retornar la mala estrella arriba,
pues señal imborrable,
entre los tantos males,
de los bienes. habidos,
y aun tal vestigio pertinaz allá
a la diestra y siniestra reinando
del invisible cielo,
aunque en el seso
de la muerte sean los indicios
de los probados goces
de la cama y la mesa,
que ganar pueden la memoria eterna.

Y cada otoño y cada estío entonces
caducos por completo sean ambos,
y acarreando el último suspiro
del día y de la noche por igual,
para que se disipen de una vez
los feudos de las luces y las sombras,
y así gloriosamente
la gran festiva vida
ya nunca más efímera,
y retorne la yedra a entrelazarse
con el abandonado y mustio olmo,
dentro y fuera del orbe,
en un postrer estado sin mudanzas,
bajo el negro sol de la noche clara,
y no más dicha y pena,
ni bien ni mal, mas otra cosa al fin.

En el coto de la mente

En las vedadas aguas cristalinas
del exclusivo coto de la mente,
un buen día nadar como un delfín,
guardando tras un alto promontorio
la ropa protectora pieza a pieza,
en tanto entre las ondas transparentes,
sumergido por vez primera a fondo
sin pensar nunca que al retorno en fin
al borde de la firme superficie,
el invisible dueño del paraje
la ropa alce furiosos para siempre
y cuán desguarnecido quede allí,
aquel que los arneses despojóse,
para con predemitación nadar,
entre sedosas aguas, pero ajenas,
sin pez siquiera ser, ni pastor menos.

A la noche

Abridme vuestras piernas
y pecho y boca y brazos para siempre,
que aburrido ya estoy
de las ninfas del alba y del crepúsculo,
y reposar las sienes quiero al fin
sobre la Cruz del Sur
de vuestro pubis aún desconocido,
para fortalecerme
con el secreto ardor de los milenios.

Yo os vengo contemplando
de cuando abrí los ojos sin pensarlo,
y no obstante el tiempo ido
en verdad ni siquiera un palmo así
de vuestro cuerpo y alma yo poseo,
que más que los noctámbulos
con creces sí merezco, y lo proclamo,
pues de vos de la mano
asido en firme nudo llegué al orbe.

Entre largos bostezos,
de mi origen me olvido y pesadamente
cual un edificio caigo,
de ciento veinte pisos cada día,
antes de que ceñir pueda los senos
de las oscuridades,
dejando en vil descrédito mi fama
de nocturnal varón,
que fiero caco envidia cuando vela.

Mas antes de morir,
anheloso con vos la boda espero,
¡oh misteriosa ninfa!,
en medio del silencio del planeta,
al pie de la primera encina verde,
en cuyo leño escriba
vuestro nombre y el mío juntamente,
y hasta la aurora fúlgida,
como Rubén Darío asaz folgando.

El olvidadizo

Yo cuánto olvidadizo soy ahora
con el rocín, la acémila, el pollino,
a cuyo lado pata a pata vivo;

pues pese a nuestros lazos quiere ser
un miembro de la ajena grey contigua,
la que sólo se jacta, ríe y manda.

Disculpadme, cuadrúpedos, os pido,
por pretender abandonaros pronto,
librándome del látigo que arrea;

que a fe por mi remota sangre humana,
la erial ingratitud mal grado porto,
y terminaré dándoos las espaldas.