Carolina L. .. era, en 1861, una guapa hembra y por la que el Presidente de
la República, el gran mariscal don Ramón Castilla, se desmerecía
como un cadete. Con frecuencia y de tapadillo, como se dice, iba después
de Ias once de la noche a visitarla, siendo notorio que su excelencia era el
pagano que, sin tacañería, cuidaba del boato de Ia dama.
El mariscal tenía, por entonces, sesenta y cuatro agostos, pues nació
en 1797, y aún parecía hombre sano y enterote; algo debió
influir la edad, para que Carolina anheIara las caricias de un joven, con vigor,
para registrarla bien los riñones de la concha, cucaracha o como la llamen
ustedes.
Víctor Proaño, que con el tiempo llegó a ser general de
brigada, en la vecina república del Ecuador y que desde 1860 residía
en Lima, en la condición de proscrito, era mozo gallardo y emprendedor
y con pujanza para metérselo a un loro por el pico. Demás está
añadir que no fue para él asco de iglesia la conquista de Carolina.
Al cabo llegó a noticias del mariscal, de que cuando él, después
de las doce, se retiraba de casa de su maitresse, volvía a abrirse
la puerta para dar entrada a otro hombre que no iría, por cierto, a rezar
vísperas sino completas con Carolina.
Una noche, al aproximarse Proaño a la casa, le echaron zarpa encima tres
embozados de Ia policía, lo enjaularon en un coche, lo condujeron al
Callao y lo embarcaron en el vapor que a las dos de la tarde zarpaba para Valparaíso.
A Proaño le dijo el comandante Vaquero, que era el jefe de los esbirros,
que el gobierno lo desterraba por conspirador; un pretexto, como otro cualquiera,
para alejar estorbos.
Es entendido que la dama se defendió como pudo ante don Ramón
y que continuó en buen predicamento con él, que acaso en sus adentros
murmuraba:
Me dices que eres honrada,
Así lo son las gallinas
Que cacarean, no quiero...
Y tienen al gallo encima.
El ministro de gobierno era un caballero que, por la talla, merecía ser
tambor mayor y al cual había bautizado Castilla con el mote de Casa de
Tres Pisos, añadiendo que el piso de abajo, corazón y barriga,
estaban siempre bien ocupados, pero que el piso alto, el cerebro, era, a veces,
habitación vacía.
El ministro tuvo la entereza para decir al Presidente, que encontraba arbitrarios
la prisión y destierro de Proaño, a lo que contestó don
Ramón:
--!Vaya unos escrúpulos de Fray Gargajo, los que tiene usted, señor
ministro! Ni un colegial se queda tan fresco, cuando otro le birla su hembra...
Soy ya gallo de mucha estaca...
--Pero, señor Presidente... --interrumpió el ministro.
--Nada, nada, señor don Manuel... este es asunto hasta de dignidad nacional.
Este hombre va bien desterrado, porque siendo extranjero, ha tenido la insolencia
de quitarle la moza al Gobierno del Perú... Y sépalo, señor
ministro, el Gobierno no quiere aguantar cuernos.