Tríptico criollo

José Santos Chocano

Fragmentos:

Blasón

Soy el cantor de América autóctono y salvaje;
mi lira tiene un alma, mi canto un ideal.
Mi verso no se mece colgado de un ramaje
con un vaivén pausado de hamaca tropical...

Cuando me siento Inca. le rindo vasallaje
al Sol, que me da el cetro de su poder real;
cuando me siento Hispano y evoco el Coloniaje,
parecen mis estrofas trompetas de cristal...

Mi fantasía viene de un abolengo moro:
los Andes son de plata, pero el León de oro;
y las dos astas fundo con épico fragor.

La sangre es española e incaico es el latido;
¡y de no ser poeta, quizás yo hubiese sido
un blanco aventurero o un indio emperador!

El charro

Viste de seda: alhajas de gran tono;
pechera en que el encaje hace una ola,
y bajo el cinto, un mango de pistola,
que él aprieta entre el puño de su encono.

Piramidal sombrero, esbelto cono,
es distintivo en su figura sola,
que en el bridón de enjaezada cola
no cambiará su silla por un trono.

Siéntase a firme, el látigo chasquea;
restriega el bruto su chispeante callo,
y vigorosamente se pasea...

Dúdase al ver la olímpica figura
si es el triunfo de un hombre y su caballo
o si es la animación de una escultura.

El gaucho

Es la Pampa hecha hombre; en un pedazo
de brava tierra sobre el sol tendida.
Ya a indómito corcel pone la brida,
ya lacea una res: él es el brazo.

Y al son de la guitarra, en el regazo
de su "prenda", quejoso de la vida,
desenvuelve con voz adolorida
una canción como si fuera un lazo...

Cuadro es la Pampa en que el afán se encierra
del gaucho, erguido en actitud briosa,
sobre ese cansancio de la tierra;

porque el bostezo de la Pampa verde
es como una fatiga que reposa
o es como una esperanza que se pierde...

El llanero

En su tostada faz hay algo sombrío:
talvéz la sensación de lo lejano,
ya que ve dilatarse el océano
de la verdura al pie de su bohío.

Él encuadra al redor su sembradío
y acaricia la tierra con su mano.
Enfrena un potro en la mitad de un llano
o a nado se echa en la mitad de un río.

Él, con un golpe, desjarreta un toro;
entra con su machete en un boscaje
y en el amor con su cantar sonoro,

porque el amor de la mujer ingrata
brilla sobre su espíritu salvaje
como un iris sobre una catarata...

¡Quién sabe!

Indio que asomas a la puerta
de esa tu rústica mansión:
¿para mi sed no tienes agua?
¿para mi frío cobertor?
¿parco maíz para mi hambre?
¿para mi sueño mal rincón?
¿breve quietud para mi andanza?
-¡Quién sabe, señor!

Indio que labras con fatiga
tierras que de otros dueños son:
¿ignoras tú que deben tuyas
ser, por tu sangre y tu sudor?
¿ignoras tú que audaz codicia,
siglos atrás te las quitó?
¿ignoras tú que eres el Amo?
-¡Quién sabe, señor!

Indio de frente taciturna
y de pupilas sin fulgor:
¿qué pensamiento es el que escondes
en tu enigmática expresión?
¿qué es lo que buscas en tu vida?
¿qué es lo que imploras a tu Dios?
qué es lo que sueña tu silencio? -¡Quien sabe, señor!

¡Oh raza antigua y misteriosa
de impenetrable corazón,
y que sin gozar ves la alegría
y sin sufrir ves el dolor:
eres augusta como el Ande,
el Grande Océano y el Sol!
Ese tu gesto, que parece
como de vil resignación,
es de una sabia indiferencia
y de un orgullo sin rencor...

Corre en mis venas sangre tuya,
y, por tal sangre, si mi Dios
me interrogase que prefiero,
-cruz o laurel, espina o flor,
beso que apague mis supiros
o hiel que colme mi canción-
responderíale dudando:
-¡Quién sabe, señor!

Troquel

No beberé en las linfas de las castalia fuente,
ni cruzaré los bosques floridos de El Parnaso
ni tras las nueve hermanas dirigiré mi paso:
pero al cantar mis himnos, levantaé mi frente.

Mi culto no es el culto de la pasada gente,
ni me es bastante el vuelo solemne del Pegaso:
los trópicos avivan la flama en que me abraso;
y en mis oídos suena la voz de un Continente.

Yo beberé en las aguas de caudalosos ríos;
y cruzaré otros bosques lozanos y bravíos;
yo buscaré a otra Musa que asombre al universo.

Yo de una rima frágil haré mi carabela;
me sentaré en la popa, desataré la vela;
y zarparé a las Indias, cómo un Colón del verso.

Los volcanes

Cada volcán levanta su figura,
cual si de pronto, ante la faz del cielo,
suspendiesen el ángulo de un vuelo
dos dedos invisibles de la altura.

La cresta es blanca y como blanca pura:
la entraña hierve en inflamado anhelo;
y sobre el horno aquél contrasta el hielo,
cual sobre una pasión un alma dura.

Los volcanes son túmulos de piedra,
pero a sus pies los valles que florecen
fingen alfombra de irisada yedra;

y por eso, entre campos de colores,
al destacarse en el azúl, aparecen
cestas volcadas derramando flores.

Nostálgia

Hace ya diez años
que recorro el mundo.
¡He vivido poco!
¡Me he cansado mucho!
Quién vive de prisa no vive de veras,
quién no echa raíces no puede dar frutos.
Ser río que recorre, ser nube que pasa,
sin dejar recuerdo, ni rastro ninguno,
es triste, y más triste para quién se siente
nube en lo elevado, río en lo profundo.
Quisiera ser árbol mejor que ser ave,
quisiera ser leño mejor que ser humo;
y al viaje que cansa
prefiero terruño;
la ciudad nativa con sus campanarios
arcaicos balcones, portales vetustos
y calles estrechas, como si las casas
tampoco quisieran separarse mucho...
Estoy en la orilla
de un sendero abrupto.
Miro la serpiente de la carretera
que en cada montaña da vueltas a un nudo;
y entonces comprendo que el camino es largo,
que el terreno es brusco,
que la cuesta es ardua,
que el paisaje es mustio...
¡Señor! ¡ya me canso de viajar! ¡Ya siento
nostalgia, ya ansío descansar muy junto
de los míos!... Todos rodearán mi asiento
para que les diga mis penas y mis triunfos;
y yo, a la manera del que recorriera
un álbum de cromos, contaré con gusto
las mil y una noches de mis aventuras
y acabaré en ésta frase de infortunio:
-¡He vivido poco!
-¡Me he cansado mucho!