Alta eres, América,
pero qué triste.
Yo estuve en las praderas,
viví con piedras y espinas,
dormí con desdichados,
sudé bajo la nieve,
me vendieron en tristísimos mercados.
!En tu árbol
sólo he visto madurar gemidos!
Bella eres, América,
pero qué amarga,
qué noche, qué sangre para nosotros.
Hay en mi corazón muchas lluvias,
largas nieblas, patio amargo;
la pura verdad, en estas tierras,
uno a veces es tan triste
que con sólo mirar envenena las aguas.
Alta eres, bella eres,
pero yo te digo:
no pueden ser bellos los ríos
si la vida es un río que no pasa;
jamás serán tiernas las tardes
mientras el hombre tenga que enterrar su sombra
para que no huya agarrándose la cabeza.
Entonces,
?de dónde trajeron los poetas
la guitarra que tocaban?
Yo te conozco,
dormí bajo la luna sangrienta,
despintaron mis ojos las lluvias,
quedéme al fin moribundo:
el cruel atardecer
me dio su enredadera de pájaros violentos;
en salvajes llanuras
destejí con mis manos implacables tinieblas,
en las casas entré y en las vidas,
pero jamás vi una sonrisa habitada.
Pregunté por la Alegria.
No respondió nadie.
Pregunté por la Felicidad.
No respondió nadie.
Pregunté por el Hombre.
No respondió nadie.
Tu corazón estaba obscuro al fondo de la noche.
?Qué quieren, pues, que cante?
Ya se quemó el pez en las sartenes,
ya caímos en la trampa.
Por favor, abran las ventanas.
Aquí el pájaro no es pájaro sino pena con plumas.
VOY A LAS BATALLAS
SED FELICES PARA QUE
YO NO MUERA
América,
aquí te dejo.
Me voy a las batallas.
Luchar es más hermoso que cantar.
Yo te digo,
a pesar del dolor,
a pesar de las patrias derrumbadas,
ama a los gorriones.
Yo sé que es difícil
hallar entre las tumbas un lugar para la risa.
Yo mismo, a veces, caigo,
y el viento
levanta mi cara como una alfombra rota,
pero aun en las celdas,
bajo la lluvia,
yo no perdí la fe.
Amigos,
aunque os golpeen,
jamás perdáis la fe;
aunque vengan días sucios,
jamás perdáis la fe,
aunque yo mismo os ruegue de rodillas,
no me creáis,
amad la vida,
¡guardad rocío
para que las flores
no padezcan las noches canallas que vendrán!
Sed felices, os ruego,
salid de los cuartos sombríos,
sed felices para que yo no muera.
Yo no escribí estos cantos
para dar espuma a las muchachas.
Yo canté porque los dolores
ya no cabían en mi boca:
yo siempre estuve aquí
peleando con mastines de pavorosa nieve;
conozco todas las caras,
he visto a los deudores tratando
de meterse en sus zapatos cada amanecer.
¿Dónde no estuve?
¿En qué pantano no bebí?
¿a qué pozo no rodé?
Ay, a mi alma caían las cáscaras
que amargas cocineras pelaban.
Amigos: en mi corazón jamás reinó silenció,
yo oí todas las voces,
escuché a las sábanas quejarse,
supe cuando las criadas escribían cartas de tristeza,
y cuando no llegó a tiempo el único pie del cojo,
y canté, América, los dolores,
y recliné en ti mi cabeza.
Más ahora digo:
degollad la tristeza,
cantad frente al mar.
Dadme la mano, amigos.
Amo la tierra flaca
que me siguió cojeando a los destierros.
No quise confesarlo antes.
Era difícil,
me ahogaba el esqueleto,
el aire me dolía,
la voz me llagaba
pero ahora te amo.
no soy herrero,
ni jinete, ni sembrador.
Yo sólo sé cantar, pero te amo;
¡también la aurora se construye con canciones!
Amigos,
os encargo reir!
Amad a las muchachas,
cuidad a los jazmines,
preservad al gorrión.
No me busquen amargos en la noche:
yo espero cantando la mañana.
Un gran viento se levanta.
Hay demasiado dolor.
Un gran viento se levanta.
He visto arder extraños ríos.
Un gran viento se levanta,
preparad la hoguera,
preparaos.
Aquí dejo mi poesía
para que los desdichados se laven la cara.
Buscadme cuando amanezca.
Entre la hierba estoy cantando.
América,
a mí también debes oírme.
Yo soy el estudiante pobre
que tiene un sólo traje y muchas penas.
Yo soy el provinciano
que no encuentra la puerta en las pensiones.
Te digo en las calles,
y en las azoteas y en las cocinas,
y al fin de cada día y en mi pecho,
algo se está muriendo.
A mí también debes oírme.
Yo soy el desterrado,
yo vagué por las calles
hasta que los perros cerraron sus alas
sobre mi corazón.
Acuérdate, acuérdate de mí.
Hay días
que no tengo ganas de ponerme los ojos,
días en que los pájaros
se pudren en mitad del vuelo.
Ay, orgullosa,
a ti no te hablaron de cuartos inmundos,
tu no sabes lo que es vivir con una mujer
que zurce la ropa llorando.
Porque durante siglos los poetas callaron,
y en el silencio sólo se escuchaba
un susurro de abejas que sonaba.
Pero un día ya no se pudo más,
y el dolor comenzó a mancharlo todo:
la mañana,
el amor,
el papel donde cantábamos.
Un día el dolor empezó a gotear desde abajo,
daban los muros gritos desgarradores,
una mano amarguísima derribó mi pecho.
Ahora vengo a ti gimiendo,
aquí está mi voz encarcelada,
aquí estoy yo, debajo de esta frente, derrumbado.